jueves, 19 de mayo de 2011

Caperucita y el Lobo

En un lugar lejano  vivían muchas caperucitas, un lobo y otra gente. El lobo era un artista de la vida. El mismo se llamaba el Lobo Feroz y decía que era su nombre de guerra, pero nadie lo llamaba asi, porque alguien escribió en piedra y pergaminos, que eso no estaba permitido. Y así la vida iba y venía y el lobo se deleitaba comiendo  una sabrosa caperucita al medio día.

Un día de esos, la madre de caperucita roja la llamó dicendo que la abuela tenía la gripe de los chanchos y que ella tenía que llevarle un poco de chicharrón y algunas salteñas, ya que la pobre viejita no podía dejar la cama, y como la caperucita roja era alegre y bondadosa se fue por el bosque cantando su canción preferida “Viva mi Patria de las caperucitas” y ni bien había llegado a la décima estrofa, se encontró con el lobo, que como buen artista, se había disfrazado de lobo viejo, poniéndose una peluca blanca y llevando un bastón.

El lobo como siempre ganaba le dijo que más sencillo sería si ella se dejaba comer. Al oír eso la caperucita se asustó y empezó a gritar “Socorro el Lobo Feroz me quiere comer”  Ni bien terminó de gritar aparecieron los guardias del bosque, vieron que el lobo estaba sentado debajo de un árbol, con los cabellos blancos alborotados, el bastón chueco y la lengua afuera, entonces la cosa estaba clara y como caperucita seguía gritando que el Lobo Feroz se la quería comer, la tomaron presa y se la llevaron a la cárcel.

Le dieron muchos, muchísimos años de cárcel y  ese pueblo comenzó  a cambiar rápidamente porque primero empezaron a callar, luego a no reír, a no soñar, a no pensar y así la vida cambió. Ahora leían libros con hojas en blanco, veían tele con programas a rayitas y puntitos, hablaban sin palabras, reían sin abrir la boca, pensaban sin pensamientos, iban a conciertos y bailaban sin música, lloraban sin lágrimas, hasta hablaban por teléfono sin ningún sonido. De pronto llegó el día que la pena se cumplió y caperucita colorada dejó la cárcel. Como aprendía rápido entonces se acomodó a la nueva vida, donde ya era normal que las caperucitas entren al bosque y ya no salgan más y todos juraban que ellas vivían en el bosque, cerca del río y los valles. Hasta que un día su madre la llamó y le dijo que su abuela tenía la gripe porcina y que tenía que llevarle un poco de chicharrón y algunas salteñas y como ella era alegre y bondadosa se fue por el bosque cantando su canción preferida.

No habia llegado a la décima estrofa cuando se encontró con el lobo que, ya acostumbrado a comer 5 caperucitas por día, esperaba sentado a la mesa con el tenedor a la izquierda y el cuchillo a la derecha y le dijo que mejor sería... y caperucita escucho  lo no dicho, porque las palabras habían muerto hace mucho, se desvistio y se subió a la mesa. El lobo ya iba a dar el primer bocado cuando caperucita colorada sacó su patito amarillo de goma y lo hizo hablar QUICK QUACK QUICK y al escuchar tales gritos los cuidadores del bosque no tuvieron otra que entrar al bosque y ahí estaban, el Lobo Feroz ya casi por comérsela, la caperucita sin decir nada, el lobo sin decir tampoco nada... asi que, ¿qué hacer? 

Sacaron unos libros inmensos con hojas en blanco y buscaron si había algún párrafo que describa la falta al reglamento de ese QUICK QUACK QUICK. Pararon la acción ajustando un botón y al no encontrar nada en los libros, después de días,  se dieron cuenta de los restos y huesos de otras caperucitas, de sus hijas, hijos, nietos y nietas. Y nuevamente se preguntaron ¿y ahora qué hacer?  Hasta que uno de ellos dijo suavecito, “Puta, carajo nos han mamado de nuevo” y todos los del lugar lo escucharon . Y si aún viven el lobo y sus cuatachos,  entonces realmente este cuento ha terminado.

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